sábado, febrero 24, 2007

 

La tormenta

Aterido. Así es como se encontraba aquel pobre hombre después de esperar media hora a que llegase su cita en medio de la tormenta. Había buscado un refugio en los alrededores, pero nada, ni una mísera cafetería en las cercanías. Y debido a lo sorpresivo de la ventisca, el coche estaba con la gasolina justa para regresar, por lo que no podía encender la calefacción. Todavía no.

Esperaría al menos diez minutos, pues era una cita importante. La mujer le había prometido toda clase de cosas, menos el ser puntual. De eso se daba cuenta ahora. Pero se estaba quedando helado, por lo que debería moverse un poco si quería entrar en calor. Intentó algunos ejercicios para aumentar la circulación en pies y manos, pero nada. Tendría que salir del coche.

La nieve le azotó en la cara, lanzada con fuerza por el viento. Le lloraban los ojos y la nariz comenzó a moquear. Ojalá estuviese cerca de una chimenea encendida, y no ahí, dejado de la mano de Dios. Trató de despejar un trozo de acera antes de ponerse a saltar, pero ésta quedaba cubierta inmediatamente. No podía correr, y no se le ocurría ninguna otra cosa. Volvió al coche. Seguía aterido. Desistió, intentó arrancar el coche, pero no se oía el familiar ronroneo del motor. Estaba atrapado. Atrapado en medio de una tormenta de nieve que iba a acabar por enterrarlo dentro del coche. Volvió a intentar arrancar el coche y esta vez el motor se encendió. Engranó la marcha y pisé el acelerador. Se caló. No se había movido ni media pulgada. Tendría que esperar a la mujer para salir de allí, y esperaba que tuviese un 4x4. El frío comenzó a atenazarlo y sus pensamientos se desvanecieron.


Tres horas después amainó la tormenta y comenzaron a pasar los quitanieves. Un coche se acerca y se para. Se baja una mujer que se dirige al coche aparcado. Llama a la puerta. No responden y decide abrir. Dentro, el hombre de su cita, helado como Ötzi. En fin, siendo tan estúpido como para adentrarse en medio de una tormenta sin equiparse lo suficientemente bien, se lo merecía. El trabajo que tenía que ofrecerle era demasiado peligroso para dejarlo en manos de un amateur.

La mujer regresa a su coche, efectúa una llamada por el móvil, enciende el motor y se marcha, dejando al hombre muerto en su coche.


Publicado originalmente en ¡¡Ábrete libro!! el 17 de noviembre de 2005.

lunes, noviembre 14, 2005

 

La lentilla

Comencé el ritual como todas las noches, primero quitándome la lentilla del ojo derecho y depositándolo con cuidado en el estuche, y luego quitándome la del ojo izquierdo. Aquí fue cuando todo se torció, pues en vez de saltar a mi mano, que se encontraba esperándola, la lentilla saltó y cayó con un ruido sordo y metálico.

A partir de este momento, dos eran las opciones que tenía: ponerme la lentilla derecha o buscar la del ojo izquierdo con el borroso campo que mi miopía me dejaba. Y fue la pereza la que decidió por esta segunda opción. Así que sin pensarlo más, me puse a buscar.

Busqué en el lavabo, busqué entre mis ropas y el pelo, y una vez agotados los lugares más obvios, me puse a buscar en el suelo. Con cuidado, con mucho cuidado al moverme, no fuera que pisase y aplastase la pobre lentilla, me agaché, miré, y al no ver nada cedí el paso a las manos, que comenzaron a tantear sistemáticamente por el suelo.

Nada, la lentilla seguía sin aparecer. ¿Se habrá colado la lentilla por el desagüe? ¡No puede ser! Si está el tapón puesto. ¿Y el rebosadero? Mira que es estrecho y ya sería mala suerte. A pesar de todo, para alla se dirigen los dedos.

Volvamos por el principio. Levantemos todos los cacharros del lavabo: la jabonera, el cepillo de las uñas, el vaso con los cepillos de dientes, la pasta de dientes... Un momento, acabo de ver un reflejo azulado ¿será? Quitemos la pasta de dientes y dejemos vía libre a los ojos para ver. Si, ahí está. Pegado al grifo por la parte que pega al espejo. ¿Cómo habrá ido a parar ahí?

En fin, ahora que rescaté la lentilla, ya puedo terminar el ritual nocturno y devolverla al estuche en el que dormirá hasta la mañana.

martes, octubre 12, 2004

 

La granja de cuerpos

Aparecieron un día sin saber muy bien de dónde y nos encerraron a varios de nosotros en un recinto vallado. Como lugar de reclusión era un sitio extraño, los guardianes se movían entre nosotros en un ambiente de camaradería y teníamos libertad absoluta de movimientos dentro del recinto, para entrar y salir de los edificios, para comer cuanto y cuando quisiéramos, para dormir y para relacionarnos.

Uno de los guardianes y yo trabamos lo mas parecido a una amistad que se puede conseguir cuando se es consciente de la situación y de lo falso que puede llegar a ser ese término en ese lugar. Hablábamos de muchos temas diferentes y nos preguntábamos sobre nuestros respectivos mundos. No solo eran extraterrestres, sino que no parecían del todo humanos. Como si algo los hiciese inmunes al dolor y a los sentimientos.

Un día igual a los demás, transcurridos dos o tres meses del comienzo del cautiverio, nos juntaron a todos y nos dieron un discurso sorprendente: "Hemos visto que no sois felices y que receláis los unos de los otros. No tenéis nada que temer ni preocupaciones que oscurezcan vuestros pensamientos, y aquí tenéis todas vuestras necesidades resueltas. Pensar en lo triste que es la vida sin una persona al lado en quien confiar y a quien querer. Juntáos, conocéos mejor, y porqué no, tened hijos". ¿Cómo que no tenemos nada que temer? ¿Porqué entonces no podemos volver a nuestra vida anterior? ¿Porqué quieren que tengamos hijos? Éstas eran solo algunas de las preguntas que cruzaban por mi mente a la velocidad del rayo.

Sondeé al guardia amigo para tratar de averiguar algo más. A veces era muy cándido, y esta vez fue una de ellas.
-Buenas, ¿a qué ha venido todo ese discurso?
-Es solo que nos preocupa que no os relacionéis.
-Oye, que parece que lo que queráis es que tengamos niños.
-Es que es exactamente lo que queremos. - Como véis, mas cándido imposible.
-¿Y qué os importa a vosotros que los tengamos o no?
-Es parte del plan.
-¿Qué plan?¿Para qué nos tenéis aquí encerrados?
-Pero mujer, sino podéis quejaros del trato.- Ahora si que intenta desviar la atención.
-No dejamos de estar prisioneros por mejor que nos tratéis, y no has respondido a mis preguntas ¿qué plan?- Presiono un poco mas. Necesito saberlo y necesito saberlo ya para poder seguir adelante con mi plan de escaparme.
-Es un plan a largo plazo. A tí no te afecta. Se trata de conseguir una subraza humana para poder alimentarnos de ello. Pero lleva su tiempo.
-Hay que joderse. Y dices que no me preocupe ¿eh? En fin, cambiemos de tema.

Ya he tomado la decisión. No voy a ser una productora de carne para nadie, y menos para una especie de caníbales. La valla del recinto es una valla metálica normal y corriente, de esas que limitan las fincas que bordean las carreteras y que se pueden saltar fácilmente. Y la vigilancia no es mucha. El único problema estriba en que al otro lado no hay muchos sitios dónde esconderse, y que la zona está habitada. Lo cual, llegado el momento, puede que sea hasta una ventaja.

viernes, abril 09, 2004

 

El regreso de los vampiros

Revolotean por todas partes. Flotan en el aire y se elevan. No tienen prisa pues saben que son mayoría. Los vampiros disfrutan de su vuelta al mundo terrenal y del pánico que despiertan. La gente corre por doquier, buscando un escondite que no existe. Mientras, Carmilla se alza sobre todos los demás y rejuvenece a ojos vista. De ser una momia arrugada y reseca ha pasado a una joven de belleza deslumbrante e hipnótica. Y todo gracias a la sangre fresca que corre ahora por sus venas, o lo que quiera que haga las veces en sus cuerpos alados. Es fascinante observarlos, y esa es precisamente la última acción que llevan a cabo sus víctimas.

No se que fue lo que me impulso a perdonar la existencia a Carmilla, pero es obvio que eso ha creado un lazo entre nosotros, que evita que ningún vampiro se me acerque demasiado. A pesar de ello, no puedo evitar la sensación de pánico que me inunda cada vez que pasan a mi lado. Un pánico negro, como si mi alma cayese en un pozo sin fondo, o como si entrase en un vacío infinito del que no hay manera de salir. Un pánico paralizante que me envuelve y evita que salga corriendo. Total, tampoco hay a donde huir y aquí estoy protegido por Carmilla.

Ahora se acercan a mí dos de ellos, me agarran y su tacto es repulsivo, la piel húmeda y fría, fría no con el frío de la muerte, sino con el del corazón parado e inerme. Se mueven y me llevan ante Carmilla, que se dirige a mí y me habla. Al principio no distingo lo que me dice, pero poco a poco entro en mí y comienzo a entender. Deasearía estar muerto. Me ofrece convertirme en uno de ellos: "Será un honor" me dice. "No todos pueden elegir", continúa. No, no pueden elegir, pero todos sufren el mismo destino.

lunes, noviembre 11, 2002

 

Romeo y la gallina

Érase que se era, una gallina gorda y lustrosa, pero que no ponía huuevos. Sus dueños, hartos ya de tanto gasto, deciden matarla. Pero hete aquí que el pequeñín de la casa, Romeo, no está de acuerdo con esta idea.
¿Qué es lo que voy a hacer? Se quieren zampar a la pobre gallina. ¡Pobrecita! ¡¡Habrá que hacer algo!! Se dice el pequeño Romeo. Y con esta idea metida en la cabeza, sale hacia el gallinero sigilosamente. Nada mas llegar descubre que la pobre gallina está encerrada en la jaula y que no tiene la llave. ¡Hay que hacer algo!
Romeo sabe que su papá guarda la herramientas en un cuartucho del pajar y hacia allí se dirije. Afortunadamente el cuartucho tiene la puerta abierta en ese momento, y su padre no se ve por ninguna parte. Busca unas tijeras, pero no encuentra. En cambio, ve algo parecido, es mas fuertey los brazos son mas cortos. Esto debe ser lo que los mayores llaman alicates y tendrá que servir.
Romeo se escondé los alicates debajo del jersey y va silvando al gallinero. Cree que así parece inocente, pero todos los niños del mundo silban antes de hacer una trastada y por eso los mayores los descubren. Así pues, Romeo regresa a donde la gallina y rompe la malla que forma la cárcel ded la pobre gallina. La gallina no sale y él oye voces. Está seguro de que son sus padres, que vienen a por la pobre gallina para matarla y comérsela.
-Deprisa, deprisa. Le dice Romeo a la pobre gallina. Como la gallina no sale y los pasos son cada vez mas ominosos, entra en la jaula, corre detrás de la pobre gallina hasta que la agarra por las patas traseras después de un perfecto placaje. La arrastra por el suelo, la saca de la jaula y la lleva al borde de los arbustos, donde puede esconderse para que no la vean los mayores.
Una vez en los matorrales, la suelta y la pobre gallina, que ya es libre, se hace una bola como para reponerse del susto que ha pasado.
Uff, por los pelos. Piensa Romeo cuando ve a sus padres entrar en el gallinero dispuestos a terminar de una vez por todas con la pobre gallina para hacer caldo. Mientras los mayores están en el gallinero, Romeo retroceede tácticamente hasta el cuartucho a dejar los alicates en su sitio, y de allí va corriendo hasta la zona de atrás de la casa, para jugar como si nada hasta que se oye un grito. Debe ser su madre, que ya se ha dado cuenta de que no hay gallina.
Gritan su nombre y llegan hasta donde está.
-Romeo, no sabrás tú que ha sido de la gallina ¿eh?
-No, mamá. ¿No íbais a matarla para comerla? La pobre gallina debe estar en el gallinero.
-Como me entere de que has sido tú el culpable, ¡te vas a enterar!
Su madre sale corriendo y alborotando de allí, pero deja tranquilo a Romeo.
Después de la cena Romeo va hacia los arbustos y descubre con gozo que la pobre gallina no está allí. Se ha ido y el ha conseguido terminar con éxito ésta, su primera misión. Lo único que lo tiene un poco triste es que no se lo podrá contar a nadie, porque si se entera el cotilla de Perseo, se lo dirá a su mamá que se lo dirá a la suya y entonces tendrá problemas. Pero en fin, la operación salvamento de la pobre gallina ha terminado bien y él puede estar orgulloso.

jueves, mayo 16, 2002

 
Empezó a escribir sin saber sobre qué y dejándose llevar. No tenía ideas preconcebidas, ni esbozadas. Por no tener, no tenía más que la hoja de papel y la pluma. Una vieja pluma con tantos años como él, pero que seguía sirviendo fielmente y sin contratiempos, no como las personas que conocía, de las que uno no podía confiarse de ninguna de las maneras. Le habían traicionado en mas de una y de dos ocasiones, y la vez que mas dolió fue cuando le abandonó su Elena del alma. Llevaban juntos mas de 15 años cuando ella se marchó sin decir palabra. Simplemente se fue.

Se habían conocido con apenas 13 años, en la escuela dominical. Al principio solo se miraban, para mas adelante empezar a sonreirse sin que alejandro el catequista los viese. Poco después empezaron a hablar a la salida de la iglesia, primero para burlarse el uno del otro y luego sencillamente por hablar.

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